viernes, 27 de agosto de 2010

reportaje sobre los heladeros,(considerado una actividad criolla de nuestro pais) publicado el dia domingo 31 de enero del 2010 por el diario la nacion

Heladero, callejero, vendedor ambulante

La costumbre de comerse un helado en la micro crece sobre todo en estas fechas. El surtido paletero ofrece una gama de coloridas alternativas para refrescar la jornada estival con poca plata. Pero detrás de un rubro popularmente conocido, se esconde un vital sacrificio por llevar a su boca el choco panda.


Como otro de tantos curiosos rankings, nuestro país es el principal consumidor de helados en Latinoamérica, y cada chileno degusta siete litros al año. En verano las ventas de Bresler o Savory suben hasta 600%, pero para los vendedores ambulantes, los mejores meses ya han sido noviembre y diciembre. “Ahora parece que se fueron todos de vacaciones, o andan juntando las monedas para irse”, se queja Olivia, heladera de Avenida Matta, que en invierno se dedica a la venta de otros productos, “pero siempre arriba de la micro”, agrega.
Sin trabajo y con tres hijos, Isabel decidió en diciembre pasado seguir a su amiga y vecina Olivia, quien hace siete años trabaja como heladera. En la inexperiencia de su primer día de trabajo fue detenida por carabineros, perdió la mercancía pero no los ánimos y días más tarde obtuvo la credencial del Sindicato de Trabajadores de la Locomoción Colectiva (Sintraloc), perteneciente a la CUT. “Tenemos hartos beneficios con eso, por lo menos ya no nos vamos detenidos, porque los carabineros ya no nos persiguen. A los que andan sin credencial se los llevan eso sí”.
Su colega, Tuffick Sarmiento, usa un jockey azul, y la piel curtida por el calor del sol esconde sus tibios ojos verdes. Trabaja vendiendo helados desde hace diez años y recuerda con añoranza las micros amarillas. “Los recorridos antes eran mucho mejor, uno se subía y se bajaba de las micros a cada rato”, dice.
La crisis económica del año 2008 instó a los heladeros a subir el precio de las paletas de 100 a 200 pesos. En la actualidad, muchos pasajeros o transeúntes se siguen sorprendiendo mientras buscan en sus bolsillos la otra moneda de cien con la que no contaban para pagar una paleta de agua. En la distribuidora Fruna de San Pablo comentan que la caja de helados conserva el mismo precio de siempre. “El aumento del valor lo manejan los heladeros, nosotros los vendemos al mismo costo de otros años”. Pero “la cosa ha estado mala”, reitera Tuffick en defensa del rubro. “Los helados valen lo mismo, pero todo lo demás ha subido, entonces tenemos que seguir el ritmo o salimos perdiendo”.
Tuffick relata lo duro de su trabajo. Cuenta que en las calles se dan muchas peleas por el territorio. “Si llega un heladero nuevo, lo echamos. Tiene que entender no más que acá uno tiene su clientela que lo conoce a uno. He visto hasta combos y escupos, porque llegan lolos que entran y salen del negocio, entonces llegan a meterse a cualquier parte y si uno los echa se ponen choros”.
Isabel Beltrán está esperando el turno de la luz roja sentada en una banca del bandejón central que atraviesa de verde la Avenida Matta. Su territorio lo comparte con Olivia, su amiga y vecina. Cuando los autos se detienen, Isabel carga su caja de plumavit forrada con envases de Billy Palito. “Está malo hoy día”, dice detrás de sus lentes negros, y se sienta nuevamente esta vendedora de helados. Heladera. Comerciante ambulante.
Placer callejero
Dentro del mercado, los heladeros ambulantes tienen que ingeniárselas para subsistir y crearse su propia economía. El rubro de los helados convoca a trepadores de micro que suben y bajan de los escalones, o se entremezclan entre los autos cuando se detienen en medio del tráfico. Es uno de los trabajos más antiguos y característicos del folclorismo callejero chileno, y su presencia refrescante y sorbetera abunda sobre todo en el verano.
Fruna y Panda, perteneciente a Trendy, son los mayores dispensadores de surtido paletero de los heladeros. Según don Marco, encargado del local distribuidor de Fruna en San Pablo, los helados más vendidos históricamente son los de agua, desde los clásicos Piña doble hasta la frutal combinación del demandado Billy Palito.
Panda siempre fue el clásico rey de los helados sobre ruedas. La rentabilidad de su placer permitía saborear un tradicional surtido, con nombres que se enmarcan en la memoria colectiva. Piña doble, Chirimoya Alegre, Cremino o el rey del sorbete urbano, el Choco Panda. Clásicos que por 100 pesos se derretían sobre las lenguas, a un costo mucho menor que los pares industriales con el fin de abastecer un nicho no explorado.
“¿Quién no conoce el famoso Choco Panda?”, dice Claudio Guede, manager de Trendy que en 2003 compró la marca Panda. Para él, “son productos tremendamente recordados en los consumidores chilenos”, insiste. El ingenio para sobrellevar la competencia de Bresler o Savory ha craneado económicas imitaciones de los más demandados helados industriales. El Magnum de Fruna, que cuesta tres veces menos que el Mega de Savory, o el Choco Panda , que llegó a destronar al original Chocolito, son ejemplos de ello.
Tal es la fama de las paletas callejeras, que durante los años noventa la masificación del corte de pelo al estilo heladero, que dejaba un coqueto mechón en la nuca más largo que el resto del cabello, pasó a llamarse el corte “chocopanda”, para derivar al hoy conocido “choco”, en alusión a la influencia de este mercado ambulante.
Hielo seco
Olivia, la compañera de Isabel, ha perdido un helado. No logró venderlo antes de que comenzara a deshacerse dentro de la caja de cartón, y se lo regala a un niño. “De repente no alcanzo a venderlos todos y si uno se me derrite me lo como yo o se lo doy a algún cabrito chico”. Mientras su amiga Isabel vende al ritmo de las luces del semáforo, ella se sube a las micros. Cada quince helados, vuelve a abastecerse con la misma cantidad en la distribuidora Juanito, cerca del Metro Parque O’Higgins, lo que la obliga a tomar locomoción.
Son pocos los heladeros que usan el hielo seco. Algunos, como Olivia, prefieren andar cargando poco y vender rápido. “Es que con el hielo seco se invierte el doble”, dice. En la distribuidora Chiloé, ubicada en el corazón capitalino, un kilo de esta gélida barra blanca cuesta tres mil pesos. Se deja al fondo de la caja y su humeante frialdad sirve para mantener 40 helados congelados toda una tarde. “Los que cuidan a sus clientes mantienen duritos sus helados, independientemente de cuánto les cueste”, argumenta la dueña del negocio. Pero la señora Olivia lleva cinco horas y recién se ha hecho dos mil pesos en ganancias.
Protegidos
Pablo Páez, licenciado en Historia, explica parte del libro “Ferias libres: espacios residuales de soberanía popular”, del historiador Gabriel Salazar. En este texto se identifican a los vendedores callejeros como “sujetos urbanos económicamente marginados, que para subsistir generaron prácticas de apropiación de los espacios públicos. El argumento central traza precisamente un recorrido que va de la carencia a la subsistencia, de la marginalidad a la inclusión y de la no-propiedad a la apropiación”.
Dentro de un rubro peligrosamente acechado por la industria, el heladero hace su propio mercado, inventándose una economía de sustento en medio de un sistema voraz que apatrona y desemplea a los trabajadores. Gran porcentaje de las ventas de las grandes empresas de helados se da gracias a la masiva compra que hacen los vendedores ambulantes. Aún así, en esta práctica el heladero genera una independencia económica de mucho sacrificio. “En estos meses, me hago más o menos diez o doce lucas al día. Cuando está bueno, son como catorce lucas”, dice Isabel.
Hardy Vallejos, presidente de Sintraloc, cuenta que esta “fue una iniciativa que empezó por el tema del Transantiago. Como la locomoción colectiva se modernizaba, nosotros también decidimos hacerlo”. En octubre de 1991 fue modificado el Código 91 de la Ley del Tránsito, que prohibía la venta de productos y actividades comerciales o artísticas al interior de la locomoción colectiva, permitiendo así a los vendedores ambulantes trabajar en los vehículos de transporte público. En marzo termina el período de prueba y las credenciales esporádicas serán reemplazadas por otras definitivas.
“La inscripción para pertenecer al Sintraloc sale 24 mil pesos, y hay que pagar dos lucas al mes. Me dan uniforme y gorrito. Y ya no nos pueden llevar, aunque algunos pacos igual se ponen pesados y nos preguntan que hasta cuándo dura la marcha blanca”, dice Olivia.
Antes de subirse a una 507, su amiga Isabel la llama desde el otro lado de la calle mientras sujeta a una de sus hijas de la mano. Ha vaciado el último puñado de helados y debe volver a su casa en El Bosque. En la tapa de la cajita de Isabel hay cinco autoadhesivos con la estrellita de Piñera. Se despide de su compañera, que intentará una última ronda. “Al final da lo mismo cual Presidente haya salido porque igual nosotros seguimos luchando, y sacándonos la cresta trabajando”, dice Olivia, mientras pone un pie sobre la micro y mira al conductor preguntándole: “¿me lleva?”.

HELADEROS PASIONALES
Uno de los más queridos heladeros de la Región del Biobío es el que se pasea por la playa de Lota. No tan sólo por su reconocido grito, carraspeando con violencia un “hay helado”, sino también por un divertido antecesor “llegaron los con chicharrones, los con pan amasados, los para la úlcera, la diabetes, la colitis, el asma, la churretera, las hemorroides, las vías respiratorias, la capa de Osorno… hay helado chiquillos, ¡¡Hay Helado!!”
Petino se llamaba el heladero más famoso de Tomé, quien en 2003 falleció tras ochenta años de vida, muchos de los cuales dedicó a la venta de helados. Su incondicionalidad al equipo de fútbol local, Deportivo California, lo llevaba a repartir helados entre los demás hinchas por cada triunfo pelotero.
Daniel Alfaro se llama el heladero que cada mañana se para a trabajar en medio de la nada. A cien kilómetros de Antofagasta y sobre la árida arcilla del desierto de Atacama, vende 250 helados diarios, y sus clientes se reparten entre los buses y camiones que atraviesan la Pampa durante todo el día.


 



 

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