El documental que nunca está de más en el hogar
En su documental “El poder de la palabra”, el director recupera la lucha por la adaptación que movió a los vendedores de micro para no quedarse abajo del Transantiago. La cámara acompaña a Hardy, un vendedor que en la ruta logró reunir el primer sindicato de la especialidad y negociarle al ministerio con la misma “parla” con que vende manuales de cocina.
Quizás usted no lo sepa. Francisco Hervé tampoco lo sabía cuando decidió registrar el proceso de adaptación de los vendedores de la locomoción colectiva al Transantiago desde el 2005, pero la casta de este oficio conoce tres estamentos clave: El machetero (que es el que pide plata arriba de la micro a cambio de una historia lamentable), los confiteros (que venden desde charqui hasta el helado mango crema) y el vendedor ambulante propagandista, el caso más antológico.
Es el estatus más alto de la venta callejera y el que requiere una preparación mayor, dice Hervé sobre el hombre engominado, voz perfectamente modulada, que viste camisa, corbata y vende enciclopedias, packs de billeteras, botiquines y todo aquello que no debe faltar en el bolsillo del varón o la cartera de la dama. Es la jerga de gente como Hardy Vallejos, hilo conductor del largometraje. Un vendedor capaz de comercializar cualquier cosa a bordo de un bus, desde agujas a manuales de inglés.
Cuando a mediados de esta década se anunció el cambio más revolucionario del siglo en materia de transporte, Hardy y sus colegas vieron con más preocupación que entusiasmo el plan que pretendía hacer de Santiago una capital de categoría mundial. El documentalista y responsable de otros trabajos como los documentales ficción agrupados en la serie "Ciudadano K", notó a su vez este pliegue histórico que exigía ser investigado.
"Como soy usuario de las micros me interese por hacer este documental por los cambios que implicarían estas modificaciones, no sólo en lo que respecta a los buses, sino en la cultura asociada a ellos. Con esto no me refiero a una cosa nostálgica que tenga que ver sólo con el 'calugón Pelayo' -asegura- sino a toda la forma de movernos por la ciudad".
Recuerda que en este viaje entre micro y micro, descubrió que había vasos comunicantes entre lo que hace este tipo de vendedor y lo que en ese momento informaba el país en su voluntad de modernizarse. "Este vendedor que se preocupa de su vestimenta que crea un discurso (o una "parla" dentro de su jerga) es una cosa alucinante. Cuando te dicen que vienen de parte de una editorial por ejemplo a ofrecerte un producto que te servirá para la educación de tu hijo, te venden un mundo alucinante, un mundo mejor del que todos vivimos arriba de la micro. Un mundo especial donde las cosas son de una manera que contrasta con la realidad. Me di cuenta de que esa era la metáfora perfecta de lo que estaba haciendo el país con la modernización del sistema de transporte", dice el director que mostró esta semana su trabajo en el Fidocs.
MI INTENCÍÓN NO ES MOLESTAR
Acá entra en escena Hardy y su mujer Gloria. La película trata más sobre la dificultad de la adaptación en este gremio y la dignidad con que se logra sortear la amenaza que se cierne sobre ellos. Hardy y su mujer logran reunir a cerca de 2 mil de los 7 mil vendedores de micros en un Sindicato de Trabajadores de la Locomoción Colectiva (Sintraloc) que de igual a igual se entiende con los representantes de gobierno para dejar de ser parte del fatídico Artículo 91 de la Ley de Tránsito. Se les dijo a los vendedores que en virtud de esa norma se prohíbe la venta arriba de la micro como se prohíbe fumar, llevar pasajeros ebrios o llevar bultos. "Esto ponía en juego la dignidad de estas personas porque además buscaban que la sociedad les dijera que un vendedor ambulante no es lo mismo que un delincuente, un borracho o un drogadicto", aclara Hervé.
Entre la olvidada cascada amarilla, el trabajo recorre esos estertores de gente de buen equilibrio en movimiento y tantas palabras para rellenar cualquier puzzle. Reconoce en esta forma de adaptarse, más un gen de la viveza local que es la misma con que se puede vender un curso completo de inglés en la micro. El ingenio del marketing ambulante para decidir lo que se va a vender o lo que se va a decir para causar una reacción en el pasajero. El verdadero poder de la palabra.
Al respecto, el realizador recuerda una escena reveladora. "Hay un momento que me conmueve mucho, es la de Gloria, la mujer de Hardy, vendiendo en el pasillo de una micro un libro de inglés. Es el más básico, después saca el segundo y explica muy bien cómo se avanza de un nivel al otro, luego saca un tercer libro con contenidos más avanzados. La cámara está fija sobre ella porque el discurso es largo. La gente baja por el pasillo y se produce una coreografía maravillosa en que ella es tapada por otras personas pero sigue haciendo su discurso en el que termina regalando una enorme cantidad de láminas autoadhesivas para los niños. Una escena que yo encuentro muy bella".